Sunday, December 10, 2006

 
LA MUERTE DE UN DICTADOR
Se va a morir un martes, a las veinticinco
atado a un rosario de oro y platino.
Se oyen las plegarias de trece sumisos,
doce sacerdotes y un macizo obispo.

En los corredores hay viejos sobrinos
guardias pretorianas, más de algún conscripto,
un perro muy triste, algunos vecinos,
la esposa-guirnalda y tres monaguillos.

Y vaga el incienso por los pasadizos
aletea un rezo, muchos crucifijos
en sacros intentos por un equilibrio
quien fuera La Infamia de prusiano estilo.

Rezan los infantes desde el servilismo
y los testaferros de banco y casino.
Mas, calla el obrero, experto en su oficio,
negando banderas ante un duelo indigno.

Ya están al acecho, los del periodismo,
la edición del martes a las veinticinco
redactando el morbo para el pan y el circo.
pues nada concluye, él dejó su estilo.

¿Dónde los laureles, los bronces y brillos
condecoraciones, lo fausto, lo altivo ?
El desdén, la rabia, la soberbia, el ritmo
de marchas prusianas que el pueblo no quiso ?

Se va el dictador sin tener destino
y nos sella a lacre su maldito estilo:
todos oligarcas, todos desunidos
¿Dónde el hombre pobre, dónde el hábil rico ?

Todo bien atado, para varios siglos,
y el martes, ¡ qué importa ! las flores, los cirios,
si el Diablo lo lleva, que por diablo quiso,
que a su muerte diabla, le sobren los ritos.





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