Sunday, August 20, 2006

 

A vos no hay p... que te venga bien!


Ya lo sé…es una frase grosera y ordinaria, a la que generalmente recurrimos (o simplemente pensamos en foro interno) en situaciones de impotencia, cuando vemos que ninguna de nuestras bienintencionadas iniciativas logra satisfacer duraderamente a nuestra pareja.
Lo que ocurre es que el problema no se centra en nuestras intenciones, sino en las expectativas que ponemos en ellas. Hay un principio estadístico llamado “principio de regresión” que plantea que todas las cosas tienden a retroceder hacia su punto medio; esto quiere decir que los acontecimientos excepcionales o los momentos de éxtasis son de una duración relativamente breve. Por lo tanto ni en el ámbito de los negocios ni en los referidos a nuestra vida cotidiana es aconsejable realizar predicciones que tomen como punto de referencia esos momentos de intensidad.
También, y en el mismo sentido, Adam Smith escribió en Theory of moral sentiments: “La mente de todo hombre, en un período más corto o más largo, vuelve a su estado natural de tranquilidad”.
La gente se habitúa muy rápidamente a un nuevo estándar de vida. Un cambio de auto debido a una mejora en el salario produce una satisfacción momentánea, que luego se desvanece. La correlación entre ingresos y la felicidad es alta para la gente de bajos recursos, pero a partir de un determinado nivel de salarios, esta relación cae estrepitosamente. Aquí, la ley de rendimientos decrecientes tiene plena vigencia. Al contrario de lo que ocurre con los ingresos, los cambios de status son generadores muchos más efectivos de felicidad.
La gente está “muy feliz” un 30% del tiempo, “bastante feliz” un 60% y “poco feliz” o “infeliz” un 10% de su vida. Otras investigaciones revelaron también que existe un ciclo de vida de la felicidad: primero tiende a bajar con los años, luego sube de nuevo y en un determinado momento (en el orden de los treinta y tantos) se “clava” y permanece sorprendentemente casi constante el resto de la vida.
En paralelo, también se comprobó que la felicidad tiene un alto componente relativo. Esto es, tendemos a compararnos permanentemente con la gente que nos rodea, y nos causa más satisfacción un aumento del 10% del sueldo que se nos de sólo a nosotros que uno del 20% que se le otorgue a todos los integrantes de nuestra oficina. Este hecho, testeado en un laboratorio de Harvard, sirve para entender porque la felicidad no se mueve tanto a pesar de las modificaciones agregadas en el ingreso de una población: si el vecino también se compró un aire acondicionado o un DVD, inclusive de una marca mejor que la nuestra, ¿qué hay que festejar?. Las variables que más correlación muestran con la felicidad son la salud mental, el hecho de estar empleado, el estado marital y el grado de educación.

* Montier recopiló tres grandes grupos de beneficios asociados con la felicidad. Por un lado, hay premios “sociales”: más probabilidades de casarse, menos de divorciarse, más amigos e interacciones sociales más ricas. Luego hay premios “laborales”: más creatividad, productividad, energía y calidad en el trabajo. Y finalmente, hay una serie de beneficios “personales”: la gente feliz tiene un sistema inmunológico más fuerte, tiende a vivir más años y posee una mayor capacidad de autocontrol.





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