Sunday, August 20, 2006
Reflexiones sobre la causas de divorcio en las sociedades urbanas (la culpa es del microondas)
Un viejo chiste de Groucho Marx decía que “los matrimonios son la principal causa de divorcios”. Pero hay otros que también resultan graciosos, aún sin proponérselos, como por ejemplo quienes enarbolan explicaciones de carácter religioso: decadencia moral, relajamiento de las concepciones sacramentales del matrimonio, la excesiva libertad que se troca en “libertinaje”, el no respeto de “valores” como la virginidad que fomentan la promiscuidad prematrimonial, etc.
Ahora bien, ¿hay alguna forma de hacer un análisis al respecto que no caiga ni en la ironía ni en el absurdo?.
Una alternativa pueden brindarla las estadísticas. Está comprobado que los índices de divorcio se producen en proporciones muy superiores en sociedades numerosas y dinámicas; en cambio en comunidades pequeñas y estables en cuanto a sus vínculos sociales, esa posibilidad es casi nula. ¿Qué quiere decir esto? ¿qué el amor es puro cuento? ¿o qué solo se puede desarrollar auténticamente en la vida rural?. Nada de eso…Se me ocurre que tal vez haya que pensar en el amor en otros términos.
Dejando la cursilería y el romanticismo para ámbitos de mayor privacidad, propongo concebir al amor en términos de “desarrollo compartido”. Esto es, independientemente que una persona nos atraiga físicamente, lo decisivo para que el amor prospere es que a la atracción inicial se le complementen situaciones de paridad en cuanto al desarrollo de ambos, que la pareja pueda desarrollarse de forma armónica y en conjunto. Ahora bien, resulta que nuestras sociedades urbanas están caracterizadas por valores incompatibles a la armonía y la paridad. Nuestras sociedades son esencialmente dinámicas y transitorias; en ellas la gente sube y baja peldaños sociales de forma incesante, lo cual hace estadísticamente inviable la posibilidad de lograr el tan deseado “desarrollo compartido”.
Ese motivo explica –creo yo- que el índice de divorcios sea mayor en sociedades urbanas. En el mundo rural, en cambio, ese “desarrollo compartido” se puede garantizar simplemente porque muy pocas cosas suceden allí para que los roles de la pareja se modifiquen. La estabilidad de la vida social garantiza la estabilidad de la pareja; en cambio la transitoriedad de la nuestra lleva a que los matrimonios también sean transitorios.
Hay también quienes piensan en los motivos de divorcios no en términos sociológicos sino económicos. Por ejemplo, hay economistas que aseguran que el incremento de la tasa de divorcios de las últimas décadas, y la baja en la de matrimonios es una consecuencia directa de la irrupción de la economía hogareña (como el microondas), que permitió que las mujeres se volcaran al mercado formal de trabajo y que a los solteros se les hiciera más fácil mantener un hogar en soledad.
La liberación femenina es un correlato de la revolución de tecnología hogareña provocada por el advenimiento de la calefacción central, el lavarropas, el agua corriente y otros avances. Y, claro, el microondas. En el año 1900, se calcula que solo el 5% de las mujeres estadounidenses trabajaban fuera del hogar. Y el resto gastaba alrededor de 58 horas por semana en las tareas hogareñas. Para 1975, esa variable había bajado a 18 horas por semana, y hoy seguramente es mucho menor.
Lo cierto es que también los divorcios se pueden facilitar gracias a la flexibilización de las leyes de divorcio. Esto, lejos de ser un hecho escandaloso y pecaminoso (como algunos sacerdotes pretenden hacernos creer) constituye un gran avance. Porque esta flexibilización adoptada en distintos países están correlacionados con una baja dramática en las tasas de suicidio, de violencia doméstica y hasta de homicidios entre cónyuges.