Sunday, August 20, 2006
El amor se dice de muchas formas…pero hay una que puede unificar a todas: los circuitos neuroquímicos
Era Aristóteles quien al comienzo del libro IV de la Metafísica nos decía que “el ser se dice de muchas formas…”, para posteriormente visualizar en la categoría de “sustancia”, el elemento unificador de todas las formas de ser.
Tomándome el atrevimiento de usar la misma fórmula enunciativa, yo podría decir lo siguiente: también el amor se puede decir de muchas formas: el amor protector de la madre por su hijo, la pasión de una pareja que recién se enamora, el profundo amor de compañeros de mucho tiempo y el amor de Dios son algunas de esas muchas formas. Pero, ¿hay algo universal detrás de toda esta diversidad? La ciencia del amor está aún en pañales. Sin embargo, diferentes disciplinas están comenzando a obtener sus primeras visiones de la naturaleza y el origen del amor. Ahora podemos mirar dentro de los cerebros para observar sus patrones de actividad, medir los cambios bioquímicos que se producen en las diferentes formas de amor, explorar las diversas experiencias humanas de amor y buscar sus raíces evolutivas en otros animales. Si las diferentes formas de amor tienen un origen evolutivo común, ¿dónde deberíamos mirar? El amor maternal parece un buen lugar para empezar. De todas las formas del amor ninguna parece tan profunda, desinteresada o resistente como el amor de una madre por su hijo, tampoco ningún otro lazo es tan omnipresente en el reino animal. Biológicamente, este lazo es esencial para que los genes maternos pasen a la generación siguiente. ¿Cómo se genera ese lazo? Una gran parte de lo que sabemos sobre la química del cerebro sobre lazos proviene de estudios en roedores. Si ellos sienten "amor" o no, no lo podemos asegurar, pero ellos defienden a sus crías. Esta tendencia aparece directamente disparada por la maternidad: las hembras vírgenes de las ratas o incluso las preñadas evitan o atacan a los pequeños, pero justo antes del alumbramiento esta conducta cambia. ¿Qué es lo que hace a los recién nacidos tan especiales para sus madres? La relación fundamental resulta ser la hormona oxitocina. Al final de la preñez, altos niveles de estrógeno aumentan el número de receptores de esa hormona en algunas partes del cerebro. Durante el alumbramiento, el trabajo de parto dispara la liberación de oxitocina y cuando la hormona llega a los receptores produce en la madre una adicción a sus pequeños y a su particular olor. Adicción podría parecer una palabra fuerte, pero el proceso de conexión con el recién nacido implica una poderosa activación de un sistema que brinda información de recompensa al cerebro. Es el mismo circuito que es estimulado por la cocaína y la heroína. Cuando una rata establece los lazos con sus pequeños, este sistema de recompensa aumenta con la oxitocina al mismo tiempo que la hormona facilita la sensibilidad al olor, lo que asegura que el lazo sea específico al olor de sus propios hijos. Cada vez que la madre huela a sus hijos es posible que sienta la sensación de inminente recompensa que un adicto al pensar en la droga. Uno podría pensar que junto con el fuerte lazo entre madre e hijo debería haber una relación monógama entre sus padres también diseñada para asegurar la supervivencia del joven. Pero no existe tal tendencia. Entre los mamíferos, amarse y dejarse es la regla más habitual: menos del 5% de las especies mamíferas son monógamas. Si la monogamia es más una rareza evolutiva que una tendencia, ¿cómo hace la evolución para rediseñar ocasionalmente a una especie para que se comporte tan diferentemente a otras íntimamente relacionadas? La respuesta parecer ser que la evolución robó la bioquímica y los trucos neurales que unen a madres e hijos y los reubica para lograr la unión entre el macho y la hembra. Ese es el mensaje que se extrae de dos especies de roedores llamados campañoles que brindan un experimento natural. Una de las especies, la de la llanura, establece lazos muy íntimos con su compañero. Por el contrario, su familiar cercano, el campañol de los prados, es promiscuo. La diferencia entre ellos proviene de dónde se ubican en el cerebro los receptores de oxitocina y de otra hormona cercana, la vasopresina. Dichas hormonas son producidas "durante los placeres táctiles del acoplamiento", según afirma un estudio. En el campañol promiscuo de los prados se encuentran pocos receptores de la hormona vasopresina en la región de recompensa de la dopamina, pero en el campañol de la llanura los receptores son abundantes, lo que convierte al sexo en una importante sensación de recompensa que une al macho a su pareja. Larry Young y sus colegas de la universidad de Emory en Altlanta pudieron convertir a los campañoles promiscuos en monógamos simplemente al inyectarles en el cerebro un virus que tiene el gen del campañol de la llanura. Por supuesto los campañoles no son humanos y su relación con sus parejas no puede llamarse realmente amor. Pero vale la pena notar que entre los humanos hay considerables variantes individuales en el gen que controla la distribución de los receptores aunque nadie sabe si se correlaciona con la fidelidad.
La oxitocina también aumenta la confianza, un factor importante en el desarrollo de una relación amorosa. En una experiencia de laboratorio ideada por el neuroeconomista Ernst Fehr, de la Universidad de Zurich, Suiza, casi la mitad de los que tenían el papel de inversores dieron su dinero a un administrador anónimo, sin garantías de que se les devolviera, si aspiraban oxitocina antes de jugar. Inspirados en este estudio, el equipo de Andreas Meyer-Lindenberg, del Instituto Nacional de Salud Mental, de los Estados Unidos, estudió qué pasaba en los cerebros de los voluntarios que aspiraban la oxitocina. Encontró que la hormona reducía la actividad de una parte del cerebro conectada con el hipotálamo, donde se detecta el temor, y su acción parece ayudar a sobreponerse al "temor social", lo que facilita el unirse a otra persona. Sin duda, para que el lazo pueda tener lugar, el varón y la mujer deben estar juntos y para muchas personas eso significa pasar por los pros y los contras de enamorarse. Pero ¿qué sucede en esa montaña rusa de sentimientos intensos? En su punto máximo, el amor romántico parece incendiar el cerebro. El equipo de Helen Fisher, de la Universidad de Rutgers, escaneó los cerebros de parejas que eran nuevas en el amor mientras observaban fotos de sus novios o novias. La actividad aumentó en el sistema de recompensa del cerebro. Eso genera, según Fisher, "una gran energía, concentrada motivación para obtener una recompensa y sentimientos de euforia y hasta manía; todos sentimientos centrales del amor romántico". Al mismo tiempo, otras áreas ligadas con emociones negativas y con la apreciación de las intenciones de otras personas desaparecen. Lo mismo sucede cuando las madres miran fotos de sus bebes. No asombra que el amor sea ciego y amar a alguien es, como escribió François Mauriac, "ser el único que ve un milagro invisible para los otros". Pero no todo es igual en el amor romántico y el maternal. El romántico incluye la activación del hipotálamo donde se produce la testosterona. La sensualidad, la parte sexual del amor, está conectada con el amor romántico, pero no con el maternal. Por sobre todo, la ciencia confirma lo que la experiencia humana enseña: las diferentes formas de amor -maternal, de pareja y romántico- están biológicamente relacionadas y tienen circuitos neuroquímicos en común. Pero qué sucede con formas aún más amplias de amor, como el amor religioso por Dios y la humanidad. El amor que se siente por los marginados y hasta por los enemigos es fundamental en el mensaje cristiano. El budismo incluye prácticas de meditación para desarrollar estos sentimientos. Al buscar correlación entre este amor religioso más amplio y los cambios en el cerebro no es entonces sorprendente que los científicos se hayan dirigido a los monjes budistas tibetanos, que practican la meditación relacionada con la compasión amorosa. Los primeros resultados también mostraron que los monjes tibetanos tienen una actividad cerebral inusual cuando meditan en la compasión amorosa. Richard Davidson, de la Universidad de Wisconsin-Madison, encontró niveles excepcionalmente altos de actividad eléctrica integrada durante la meditación, especialmente en la corteza prefrontal derecha. Los experimentos han demostrado que áreas prefrontales de la corteza se activan cuando una madre observa la foto de su hijo. Estos son sólo los primeros pequeños pasos en buscar las raíces del amor religioso. Pero sugieren que el Papa Benedicto XVI puede estar en el camino correcto cuando afirma en su encíclica que "el amor es una sola realidad, pero con diferentes dimensiones".