Sunday, August 20, 2006
¿Cómo actuar en un mundo que se ha vuelto impredecible y complejo?
Sorprendentemente, cuatro de los descubrimientos más significativos del siglo XX toman la forma de afirmaciones de imposibilidades.
- En 1960, jugando con un modelo por ordenador de un sistema meteorológico sencillo, Edward Lorenz descubrió algo muy extraño. Introduciendo inadvertidamente en su modelo unos datos que diferían entre sí en menos de una milésima, descubrió que las proyecciones meteorológicas resultantes divergían enseguida cada vez más, hasta que no guardaban ninguna relación entre sí. Este fue el inicio de la ciencia matemática de la Teoría del Caos, cuyo planteo sostiene que “los sistemas cuya evolución se rige por reglas y ecuaciones no lineales pueden ser sumamente sensibles a cambios ínfimos, y a menudo presentan un comportamiento impredecible y caótico”. Un sistema no lineal es aquel cuyas partes no están relacionadas de un modo lineal o proporcional.
- El teorema de incompletad de Kurt Gödel afirma que en cualquier sistema matemático axiomático siempre habrá proposiciones que no son ni demostrables ni refutables; en otras palabras, es imposible demostrar dentro del sistema todas las verdades acerca del sistema.
- En física, el principio de incertidumbre de Heisenberg afirma que es imposible determinar con exactitud la posición y el momento de una partícula en un instante dado cualquiera, y que el producto de las incertidumbres de estas dos cantidades siempre es mayor o igual que cierta constante.
- Finalmente, el teorema del economista Kenneth Arrow sobre las “funciones de la elección social” afirma que no hay ninguna manera infalible de obtener las preferencias de un grupo a partir de las preferencias individuales que garantice el cumplimiento de ciertas condiciones mínimas razonables. En otras palabras, es imposible diseñar un sistema de votación que no pueda presentar defectos graves en ninguna ocasión.
Uno podría pensar que con estas observaciones cautelares, lo recomendable sería adoptar una actitud pasiva de lavarnos las manos por el mero hecho de que nunca podemos estar seguros de los efectos de nuestras acciones. Esa actitud, desde luego, es equivocada. Una cosa es decir que estas teorías aconsejan que la adopción de cualquier medida política, económica o militar vaya acompañada de un cierto escepticismo y una cierta humildad; y otra muy distinta es utilizar estas formulaciones para legitimar nuestra falta de iniciativas.
Un modo de clarificar estos puntos, podría ser dividiendo en dos los tipos de complejidad. Tenemos por un lado una complejidad inherente que responde a lo que desarrollamos alrededor de las 4 teorías. Se trata de la verdadera complejidad. Pequeñas variaciones iniciales pueden producir con el tiempo enormes diferencias.
Pero también tenemos una complejidad aparente, es decir, una complejidad que parece complicada pero que responde a un orden, a veces incluso a patrones bastante simples. Para la resolución de conflictos, lo que nos interesan son los patrones de la complejidad aparente. Mi interés se sitúa en el grado medio, donde la complejidad aparente es elevada, pero real, y la complejidad inherente es baja.
Los sistemas complejos tienden a revertir en algún estado estable. Son lo que se denominan atractores en teoría de la autoorganización.
Por ejemplo, en la esfera de lo social, es defendible que la democracia sea un atractor una vez que el sistema social alcance un determinado nivel de complejidad. En la esfera empresarial, las organizaciones tienden a adoptar determinados estados estables.
A escala individual, se dan también los equivalentes personales de los estados atractores. Es probable que tengamos un estado emocional predominante, algunos patrones, estrategias y hábitos de pensamiento frecuentes.
¿Queremos cambiarlos?
Si queremos modificar un hábito, tenemos que examinar las condiciones que lo mantienen y lo que nos reporta. La fuerza del hábito no está en el propio hábito, sino en lo que nos reporta. Equilibrando el atractor antiguo y creando uno nuevo, podremos trasladarnos a ese punto crucial intermedio en el que resultará fácil deslizarse hasta el nuevo atractor. Sepamos siempre que nunca podremos resolver un problema con el mismo nivel de pensamiento que lo creó.